El tema «bots», muchas veces malentendido, está siendo el foco de mucha atención últimamente, dado el contexto de las elecciones presidenciales. En esta columna, mi intención es no solo aclarar los distintos tipos de actuación inauténtica en Redes Sociales, más allá de los bots, sino también llamar la atención para otras formas de campaña digital sucia que han emergido en el pasado reciente.
Documentar estas prácticas es fundamental para que las autoridades, candidatas y candidatos y la ciudadanía prendan su radar para, por un lado, prevenir que sigan sucediendo estos tipos de prácticas, pero por otro para protegerse de información tóxica, actividad inauténtica y otras formas de manipulación de la percepción de opinión pública y de reforzamiento artificial de sesgos en las y los votantes.
¿Bots o acción coordinada inauténtica?
En primer lugar, la cuestión de fondo no es técnicamente qué es un bot, si un usuario es o no un bot; @Patitoo_verde y Neuroc claramente NO son bots, son seres humanos. Mal educados, groseros, odiosos, pero humanos. Lo medular es la idea más amplia de acción coordinada inauténtica. En simple: grupos de usuarios que no tienen su correspondencia fuera de internet, es decir, sin un cuerpo físico asociado a un usuario, que actúan de forma coordinada para generar distorsiones en la percepción pública sobre temas, personas u organizaciones.
Los bots son usuarios como tal que operan de forma automática con instrucciones coordinadas, como la figura 1 muestra: intervalos regulares, cantidades de posteos regulares, patrones de comportamiento no humanos, contenidos evidentemente automatizados (como secuencias de hashtags que son tendencia).
Pese a la diversidad de complejidad de estos actores (unos más y otros menos sofisticados) uno puede en general identificarlos mirando atentamente su historial de mensajes con algo de sentido común. La figura 1 ilustra un bot que sirvió a distintos fines alineados con el conservadurismo, no sólo chileno – como la campaña por el rechazo o el apoyo a Kast 2021- sino también el usuario curiosamente pareciera haber aprendido inglés y saltó a defender al actor Johnny Depp en contra de Amber Heard (escuche el interesantísimo podcast “Who trolled Amber?”, de Tortoise Media). Pero este movimiento no es tan sorprendente, es parte de una estrategia de amplificar apoyo a movimientos ideológicos de forma más sutil, para luego capturar el tema políticamente. En este caso, una evidente estrategia anti-feminista, alineada con la agenda anti-woke de la extrema derecha estadounidense.

La variación de acción coordinada denunciada por el reciente reportaje de Chile Visión apunta más bien a personas reales detrás de cuentas apócrifas, las cuales actúan, mayormente, por dinero o por convicción ideológica. Otra variación son los llamados «ciborgs», personas (organismos) que actúan de forma repetitiva, emulando el comportamiento automatizado (cibernético), siguiendo pautas pre-establecidas por agencias de comunicación algo obscuras.
Estas agencias, sean granjas de bots que actúan en X, granjas de WhatsApp con centenas de dispositivos gestionados desde computadoras para ataques u otras acciones coordinadas – como el «gabinete del odio» de Jair Bolsonaro – o grupos de usuarios gestionados por humanos pero sin contrapartida de carne y hueso, representan un modelo de negocio que gira en torno a un área gris de regulación de campañas políticas e incluso comerciales.
La Figura 2 muestra los valores de paquetes de bots según la sofisticación de su acción y la plataforma en que se encuentran.

Hace años ya que la izquierda chilena, o bien gran parte de la izquierda latinoamericana ya tenía en su agenda la regulación de las plataformas digitales como una necesidad para avanzar hacia un ambiente más seguro, transparente, democrático, sin herir los preceptos de privacidad y seguridad que debieran habitar lo más profundo de estas redes – tomen como ejemplo los conflictos de Brasil con X. Boric, Loncón, Vallejo, saben muy bien qué es estar expuesto a estas prácticas odiosas, a la desinformación concertada, a la actuación coordinada para destilar odio hacia la izquierda y/o sus ideas (ej: regulación del sector de salud) o procesos (ej: primera convención constitucional).
En aquellos años, en 2021, con el apoyo de colegas del ITS-Rio, identificamos nada menos que 20.000 bots, o bien usuarios con alta probabilidad de automatización, amplificaron voces de candidatos como Kast, Parisi y MEO. Sin embargo, de los 50 bots más activos, 3 de cada 4 de los bots que seguían y alababan a Kast también se dedicaba a destilar odio hacia Provoste, Sichel y Boric, polarizando la conversación en Twitter. El auge de esta campaña sucia tal vez haya sido la acusación de Kast de que Boric consumía cocaína, repercutido en las redes con el apoyo de milicias digitales que luego de desmentidos, pasaron a cuestionar la validez del certificado médico presentado por el actual presidente en cadena nacional.
De la misma muestra de 20.000 bots participando en la esfera pública política digital en Chile, detectamos actividad que entorpeció el primer proceso constituyente, nuevamente impulsando discursos de odio, además de burdas simplificaciones negativas del proceso (vociferando «Chilezuela», por ejemplo), vaciando la discusión en Twitter detrás de insignias de patriotismo, anti-indigenismo y otras. La Figura 3, compara temas más frecuentes para usuarios con actividad normal (mitad izquierda de la figura) usuarios bot (en azul, la mitad derecha de la figura).
Curiosamente, en este entonces, la derecha chilena no estaba preocupada con la desinformación, los bots o los trolls. Una vez que Matthei se transforma en víctima, el tema entra profundamente en la agenda, y aquí estamos discutiendo hace meses las implicancias de este tipo de campaña, como la misma candidata dijo, “asquerosa”.

Libertad de Expresar, odiar, mentir
«Todos tenemos derecho a la libre expresión, po, si vivimos en democracia», dijo Ricardo Inaiman, alias Neuroc, cuando interpelado sobre sus dichos por el repórter Matías González de Chile Visión. Si bien es cierto que la convicción ideológica y la opinión son parte totalmente integrante del juego político, el mundo democrático está bajo un movimiento de sobrevaloración de la libertad de expresión, una libertad extrema o más bien extremista, liderado por la derecha estadounidense, cuyo epítome es el dueño de X, Elon Musk.
Esta visión acerca de la libertad de expresión como un valor supremo va en contra de los preceptos legales del mundo democrático, en que es evidente que otros derechos más fundamentales lo preceden, como por ejemplo el derecho a la vida y el derecho a la dignidad. De herir alguno de estos derechos, un mensaje deja de estar encuadrado bajo la bandera de la libertad de expresión. Dicha radicalidad se expresa por ejemplo en la ausencia de moderación y de ajustes en su herramienta de inteligencia artificial Grok, y el efecto ha sido alabanzas a Hitler y expresiones de misoginia, racismo entre otros (Figura 4). Pareciera ser que, detrás de un avatar, uno no es responsable de lo que dice, y libertad de expresión deviene libertinaje.

La difusión de informaciones falsas o imprecisas es otra de las estrategias que, cuando combinada con la actividad coordinada inauténtica, pueden potenciar su impacto. Para quienes empujan en el discurso del empate, es importante aclarar que los últimos años han mostrado asimetrías importantes, con las evidencias claras de campañas sucias en favor de la extrema derecha. Durante el primer año del primer proceso constituyente, por ejemplo, los contenidos falsos o imprecisos circulados y verificados por medios favorecían casi en su totalidad a la opción «rechazo» (ver Figura 5)

Otros tipos de campaña digital sucia
La creatividad de las milicias digitales, con o sin vínculo formal con políticos, no para por ahí. En 2021, entre la primera y segunda vuelta, grupos WhatsApp de coordinación de campaña de Gabriel Boric fueron víctimas de múltiples formas de ataques por usuarios infiltrados. El repertorio variado fue desde violencia discursiva, ataques y acoso, publicación de pornografía e imágenes de decapitados de ISIS, hasta maniobras técnicas para inutilizar los grupos de WhatsApp, desarticulando al menos 25 grupos de ramas más periféricas de la coordinación de campaña (Figura 5).
Otra estrategia es el llamado «Lawfare», o matonaje a través de juicios a actores políticos, académicos y la prensa, como son los casos que son víctima The Intercept, el grupo de académicos de NetLab en Brasil, y tantos casos bajo la mira de Trump, particularmente Harvard y Columbia.
Aprovechando los intersticios legales, grupos de interés vinculados al rechazo se ocultaron bajo fachadas de ONG’s para hacer propaganda fuera del plazo legal durante el primer proceso constituyente (2021-2022), según consignado por Ciper. Por debajo de la alfombra se inició la campaña por el rechazo incluso antes de haber una propuesta de carta magna.

Estas tácticas sucias digitales no emergen en el vacío. El mundo digital ofrece una serie de condiciones fértiles para que prosperen. Los regímenes de visibilidad variable son un arma de doble filo: algo muy positivo para protegerse ante un sistema político autoritario o al acoso digital, pero a la vez un refugio para quienes no quieren hacerse cargo de sus palabras, imágenes, interacciones. Sin el apoyo de las mismas plataformas para ubicar la acción coordinada inauténtica, aquellos 20 mil bots y tantos otros trolls, cyborgs y otras variaciones de “haters” seguirán activos con sus discursos tóxicos.
El consumo individualizado de contenido, con feeds fragmentados, genera más dificultades en alcanzar consensos sociales. Al cercarse de fuentes que refuerzan las opiniones propias, reforzados por los algoritmos, cada usuario aumenta la certeza de las posiciones propias, conllevando a mayor polarización, incluso si los usuarios son expuestos a fuentes con posiciones divergentes. Además, al consumir contenido sobre la actualidad de forma incidental, los niveles de conocimiento político son menores que usuarios que activamente buscan dichas fuentes.
Los vacíos legales y la dependencia de los términos de servicio y la buena voluntad de plataformas que tienen por fin último el lucro, configuran un escenario sin estímulos concretos para que estas empresas fomenten la deliberación y el diálogo libre y respetuoso. El ascenso de Elon Musk como CEO de Twitter, convirtiéndolo en X, es el mejor ejemplo de los límites estructurales de este modelo de negocio subordinado a la autorregulación, en que los estados son rehenes de corporaciones con mucho más poder, con infraestructura ubicada fuera de sus territorios, pero con flujos de información que pueden determinar el destino de su país.
Dentro de dichos vacíos legales, pareciera haber grupos con menos pudor de tirarse a la piscina de la ética gris. En nuestro continente, este tipo de acción ha sido documentado con una asimetría evidente. Es decir, con la excepción de México, en los otros países de la región, incluyendo los de Norteamérica, las tácticas que se aprovechan de estos vacíos (acción inauténtica, discurso de odio, desinformación etc.) han sido adoptadas por la extrema derecha, siguiendo ciertos patrones, dando indicios de una guía, un “playbook” para sus campañas.
Consecuencias
Es difícil mapear los posibles efectos de estas tácticas computacionales de propaganda de forma precisa. En el corto plazo, en Chile, hasta ahora los datos no muestran un impacto tan visible en las conversaciones, más bien estiran un poquito el chicle para valores, candidatos, ideas, representantes de la extrema derecha, como muestra nuestro análisis de los bots en las presidenciales chilenas de 2021, publicado en una revista del grupo Nature. Nuevamente, no es preciso el discurso del «empate».
En el mediano y largo plazo, sin embargo, lo que se provoca es una erosión de la institucionalidad democrática: usuarios sin saber en qué o en quién confiar, los medios desacreditados por autoridades irresponsables, las campañas subterráneas reforzando sus sesgos de forma individualizada en espacios informativos personalizados, no compartidos, los intentos de participación política saboteados o mermados por el acoso y amedrentamiento, o por juicios legales infundados pero suficientes para drenar limitados recursos de medios, universidades o individuos, con asesoría legal, entre otros.
Tal como dijo alguna vez el denunciante del escándalo de Cambridge Analytica Christopher Wylie, es como si un atleta ganara la carrera y luego fuera destituido de la medalla por haber reprobado el doping. En estos casos, no se cuestiona si él hubiese ganado o no sin doparse, se desclasifica y punto. Las democracias están ante la necesidad urgente de un examen antidoping.
*Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen únicamente a su autor y no representan necesariamente la visión editorial ni la posición institucional de Fast Check CL.






















