Cristóbal Persona: “Espero poder generar mejores oportunidades para mí y para otros muralistas”

Cristobal Personas, nominado al premio de mejor mural del año otorgado por la plataforma belga Street Art Cities, habla sobre lo que significa estar compitiendo por este galardón y cuenta cómo logra vivir del arte en Chile.

Cristóbal Espinosa o Cristóbal Persona, como se denomina dentro del mundo del muralismo, está actualmente nominado al premio del mejor mural del mundo otorgado por Street Art Cities, plataforma belga que desde 2016 galardona a artistas de distintos países. Junto a Espinosa, también compiten los chilenos Juan Pablo Gatica y Javier Barriga.

Esta es la segunda vez que Cristóbal Personas competirá por el reconocimiento. El año pasado lo hizo compitiendo con un mural pintado en la comuna de Lo Prado, perteneciente al proyecto “Confluencia”.

En esta ocasión la obra nominada es “Charanguista Andino” pintado en la localidad de Fene, España. Asimismo, hace dos semanas fue galardonado con el reconocimiento “Orgullo Maipucino”, entregado por el alcalde de Maipú, Tomás Vodanovic.

Obra “Charanguista Andino”

En conversación con Fast Check CL, Cristóbal Personas comenta lo que significa estar nominado a este premio, analiza sobre cómo es vivir del muralismo y reflexiona acerca de la valoración del arte en los tiempos actuales.

“Los primeros años no vi ni un peso pintando”

—¿Cómo partió en el muralismo? ¿Cuál fue su primer acercamiento a este mundo?

Cuando era chico me acerqué mucho al dibujo, me gustaba dibujar aves y tenía hartos libros de naturaleza. Eso me mantuvo muy entretenido hasta como los 12-13 años, de ahí lo dejé casi definitivamente. Y cuando me volví a encontrar con la pintura y el dibujo fue en 2017.

—¿Por qué se dio ese reencuentro?

Estuve viajando como mochilero por distintos países de Sudamérica y se me presentó la oportunidad de pintar en hostales a cambio de alojamiento. Como quería extender el viaje lo más posible, tenía que abaratar los costos. En mi caso en Guayaquil, en Ecuador, a la dueña del hostal le gustaba caleta eso y me ofreció pintar ahí. Yo le dije que no lo había hecho, pero que podía intentarlo.

Obviamente no quedó tan bueno pero la experiencia de estar pintando en el lugar mientras pasa gente lo encontré bacán. Después de eso, traté de seguir ocupándolo como herramienta durante el viaje. Volví a Chile y dejé la pega como a finales de 2018, y menos mal que tenía algo ahorrado, porque los primeros años no vi ni un peso pintando.

—¿Cómo fue el proceso de perfeccionamiento desde que dejaste tu trabajo?

Primero empecé a practicar en formato chico. Al principio no me atrevía a pintar en la calle, porque es harto tiempo. Es difícil estar comenzando con algo y no tener claro si lo que estás haciendo va a resultar como quieres, o si objetivamente está bien, porque no tenía muchos parámetros.

“No le hace bien a esto cobrar un cuarto o un sexto por un proyecto”

—¿Qué sentiste cuando fuiste nominado al premio? Pese a tu corta trayectoria, ¿fue algo que reafirmó tu trabajo?

No, no tanto porque esto lo veo más como una oportunidad de internacionalizar la carrera, a través de la visibilidad que genera. Yo sé que dentro de los nominados, quizás algunos que no tuvieron tanta exposición y son mucho mejores.

El sentido que le adjudico es poder generar mejores oportunidades para mí y para otros muralistas, expandir esto. El año pasado igual estuve nominado, pero no quise hacer campaña como este. Y justo el alcalde Vodanovic me dio el reconocimiento de “Orgullo Maipucino” entonces aproveche eso y dije ‘puede resultar y servirme para generar más pega’, porque cuando volví de España, en septiembre, no tenía ningún trabajo.

—¿Es difícil vivir del muralismo en Chile?

Solo puedo decirlo desde un punto de vista muy personal. Pero, este año es el que me siento pintando mejor y es el que peor me ha ido. Puedes mantenerte con pegas constantemente si generas diseños uno tras otro y vas a restaurantes, locales a ofrecerlos, ahí puede que llegues a un acuerdo. Pero tienes que estar constantemente moviéndote y estar en la calle para poder vender.

Otra forma es trabajar con productoras, pero tampoco es que les vaya muy bien como para pagar sueldos o tener muchos trabajadores. Generalmente, tienen un número pequeño de muralistas y trabajan los mismos proyectos. Hay pocas instancias en las que trabajan con gente nueva, entonces es difícil.

Lo otro son las empresas, pero usualmente son proyectos más decorativos. No se permite abordar ninguna temática que no sea más allá de algo ornamental. Y tampoco nada que se pueda prestar para una doble lectura, porque no se quieren mojar con ningún tema.

—¿Se coarta el proceso creativo en cierto punto?

Esa es una forma de verlo como trabajo. Igual uno separa entre trabajo y obras de creación propia. La de trabajo puede venir a través de empresas, de productoras o programas del gobierno. Pero la forma de trabajar de ellos es hacer jornadas participativas para que la gente dé su idea y hacer un diseño en relación a eso. Entonces, también está coartada la libertad creativa en relación a producir una obras que la gente quiere ver.

—¿Qué define lo que vas a pintar?

Me llama la atención la literatura, hace años leía muchas novelas y poesía. Siempre trato de rescatar algún párrafo, poema o extracto de un libro que haya leído y generar un diseño en relación a eso. Me gusta añadir animales en las composiciones, sobre todo aves, porque hace poco empecé con el gusto de identificarlas y observarlas. Cuando viajo, me gusta investigar acerca de relatos de sabiduría popular o leyendas locales, y trato de traducirlos en una forma en particular.

“Que la idea de lo que se está pintando pase por el consenso de un focus group o una oficina de marketing, encuentro que es una basura”

—¿Cuál es la realidad de este arte en Chile?

No te podría dar una opinión global pero según mi experiencia, tienes que estar dispuesto a pintar cualquier cosa. Porque uno puede decir ‘ya, esta es la línea de lo que pinto’ pero si la pega que sale es un sushi y hay que pintar unos palos con un roll, lo pintas porque es pega. Y habitualmente estos lugares manejan poco presupuesto para este tipo de intervenciones, porque no es algo imprescindible para ellos. No se le da el valor correspondiente al trabajo.

—¿Se ha desvalorizado el arte?

Exacto, si tú pintas una obra espectacular en cinco días a ellos les da lo mismo, ni siquiera notan la diferencia con alguien que les puede cobrar la mitad de eso, visualmente no notan la diferencia. En ese sentido no hay tanto conocimiento, porque como en la educación no se inculca el arte, entonces no hay ganas de querer vender “algo de la calidad óptima” porque nadie lo pesca, entonces para qué gastar tanto en algo así.

—En su momento la Brigada Ramona Parra fue de los grandes impulsores del muralismo en Chile, obras con un sentido social, proyectos que hoy en día no son tan comunes de ver. ¿Cómo evalúa el desarrollo del muralismo en Chile?

Es que todo lo que agarra la publicidad pierde el sentido, es como meterlo dentro de una licuadora y al final lo convierte en otra cosa. El muralismo en esas instancias está visto como algo meramente decorativo, y en lo personal no le veo mucho valor a eso. Se entiende que muchas personas se dediquen a eso porque es un trabajo. Obviamente no le encuentro mucho valor artístico, si es que el fondo del proyecto es decorar y no tiene que ver con el estilo sino que con cuál es el fin de lo que se está haciendo, porque quieren pintar esto acá, qué quieren expresar con esto.

Que la idea de lo que se está pintando pase por el consenso de un focus group o una oficina de marketing encuentro que es una basura, prefiero que impriman el proyecto y lo peguen.

—¿Cuál es el principal problema de que el muralismo se torne a un aspecto “más empresarial”?

La gente se va acostumbrando a ver ese tipo de cosas, entonces, cuando tú presentas algo en la calle, algo distinto, pasan y te dicen ‘oye, que está feo’ o ‘por qué haces una persona que está llorando, la hueá deprimente’, y empiezan a asumir que lo bueno es lo bonito, las emociones positivas, y eso es lo que tiene que estar en la calle, no están realmente abiertos a la posibilidad de que hayan otras cosas. Entonces, acostumbran a la gente a ver un tipo de expresiones, que son las que decoran o las cosas bonitas.

Uno pinta en un lugar y te vas, pero la persona que pasa por esa muralla lo hace por 5 o 10 años. Entonces, la idea es ofrecerle a la persona que pasa la posibilidad de descubrir otras cosas. Mi trabajo es demasiado simple y tiene muy pocas lecturas, entonces, estoy intentando pintar distinto para que las interpretaciones sean variadas y no se agote con una pasada.

—¿Cuál es la relación entre los muralistas y los grafiteros?

Para el grafitero es complejo porque ellos tienen su pega y aparte se hacen el tiempo para salir a pintar, es algo súper real porque es una actividad que no te está aportando nada económicamente, ni tampoco en el futuro la vas a pensar como algo que puedas sacarle plata. Es súper valorable que hayan otras expresiones en la calle.

El fin del grafiti no es que lo entienda alguien, ni el mensaje, sino el hecho de estar pintando y ocupando la calle. Yo pongo el ejemplo de que si llega un pintor y hace algo similar no se le va a cuestionar tanto como al grafitero porque hay un estigma detrás de él. Entonces, no es que a las personas no les guste porque son letras que no entiende, o quizás sí, pero a mucha gente no le gusta porque es algo ilegal y probablemente que está haciendo una persona humilde.

En el caso de los muralistas, la gente está mucho más abierta a los murales, el grafiti en cambio tiene un estigma social fuerte. Me sorprende porque hay mucha gente que también pinta de día y lo hacen aún cuando hay gente que les gritan. Van con audífonos, no pescan a nadie y eso lo encuentro bacán.

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